Profunda crisis de conciencia, libertad y verdad en la sociedad

La característica del ser humano es su capacidad cognitiva, su capacidad de razonamiento, de decisión, de ser consciente de los hechos que le rodean. Para ello, el clima de la libertad en una sociedad democrática innegablemente tiene muchos aspectos positivos, y creo que así debe de ser. Todos se sienten orgullosos de ello: libertad de acción política y sindical, libertad de reunión, libertad de culto…

El ser humano, a lo largo de su vida, se plantea también cuestiones acerca de sí mismo, cuestiones que siempre han sido planteadas filosóficamente, con diversas respuestas, ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿hacia dónde voy?… Y la gran pregunta “¿qué es la verdad?”.

En el momento actual, se relega a un plano inferior la verdad. Hoy en día es común decir “no hay una verdad”. La otra premisa es que todas las opiniones son igualmente de válidas… Si esto es así, ¿cuál es el criterio de juzgar qué es la verdad?

La percepción que tengo es que no se busca la verdad por miedo a que perjudique los intereses de algunas personas. De esta manera, entran en juego estos dos términos tan temidos por todas las generaciones, y por todos los grupos: verdad y libertad.

La libertad, cuanto más se aleja del respeto al ser humano y a sus derechos y deberes, se reduce a una simple formalidad, una palabra vacía y peligrosa, bajo la cual se puede argumentar cualquier cosa. La libertad es una propiedad del ser humano: el ser humano exige su libertad, es el capaz de manifestarse, salir a la calle a luchar por ella… el que sufre por su libertad. Porque cuando su libertad es restringida, no se desarrolla en su plenitud como persona.

El común de personas a quienes he preguntado me ha respondido, someramente, que la libertad es una capacidad de elegir y hacer cualquier cosa. Vaya. Si discrepas, te discuten. Y, ¿por qué se discute el significado que le dan unos y otros a las cosas si no hay verdad? Y entonces comienza el asunto: “eso no es así… no tienes razón…”; o lo que sería lo mismo, eso no es verdad.

Predomina una regla, la regla del “todo vale”… Todo vale: vale el terrorismo, vale la opresión de los demás para crecerme yo, vale violar compromisos con la sociedad, para triunfar… Pero cuando la injusticia nos toca a nosotros mismos… Vaya… “¡Qué injusticia!”

Hoy en día, hay muchas personas, que gracias a que los estudios son más cercanos, los medios son más difusivos que antes, son capaces de pensar y buscarse una opinión por sí mismos de las cosas. Y siempre se busca opinar y compartir opinión para buscar una verdad. Pero el interés por la verdad, la objetiva, debe ser mucho más profundo que el simple deseo de una veracidad: debe referirse a la verdad de la existencia humana.

La libertad florece realmente cuando sus raíces radican en la verdad del hombre. ¿Cuál es? Muchos desconfían de aquellos que se plantean la pregunta de la verdad del hombre, y que pretenden encontrar una respuesta válida para todos. Enseguida se sospecha que quien se pregunta por la verdad de todo, el por qué de las cosas, tiene una estrategia de dominio, y si encuentra la respuesta dominará a los demás. Por otra parte están los colectivos que pretenden demostrar que tienen respuestas para todo lo que acontece, sin entrar en diálogo con nadie.

No quiero ser tampoco yo el que pretenda tener la solución a los problemas del mundo. Simplemente esta reflexión: tenemos una crisis, una crisis económica, una crisis social, una crisis de valores… Y entre todas las causas, es una crisis causada por el mal ejercicio de la libertad del hombre. La falta de búsqueda de la verdad perenne, y entender la libertad falsamente, ha llevado a que el hombre hiciera lo que le diera la gana, y ha llegado el punto de explotarle y sufrir las consecuencias de su libertad mal usada que está haciendo polvo al resto de sus semejantes.

Volvamos a preguntarnos -y yo el primero- qué es lo que hemos hecho mal, en qué nos hemos equivocado, qué es realmente la libertad –partiendo de la búsqueda del bien común–, la verdadera libertad… Eso contribuirá a plantear una forma de reconocer al otro semejante a mí, con los mismos derechos y deberes que yo. Sólo adquiriendo esta conciencia, podremos restarle importancia al capital que tenga cada uno, y reconstruir y reformar la situación actual.

Claro que… para algunos autosuficientes en todos los sentidos es más fácil (y necesario) decir directamente que ni la libertad ni la verdad existen… Quien tenga oídos, que oiga…

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